La partida y el regalo
Murió el tío me dijo mi mamá y súbitamente sentí un calor en el cuerpo, el de las noticias que te toman por sorpresa.
Ya descansa pensé. Me da pena admitirlo pero también sentí una especie de alivio, no estaba bien y no había quién se encargara de él. También me pregunté si cuando mi cuerpo fuera viejo o estuviera cansado, alguien sentiría ese mismo alivio por mi.
Ese día me mantuve al margen, pensé en que debí de haberlo visitado como quería y no dejarlo todo al tiempo. No me flagelé, empecé a recordar todas las veces que nos reímos, fueron todas las que estuvimos juntos.
Si alguien parte y te das cuenta que solo tuviste buenos momentos con él, eso, eso es un regalo. Se me salió una lágrima, todo era real y no había vuelta atrás. Sentí la necesidad de acompañar a mis papás en su despedida y fue lo mejor que pude haber hecho. No fue para que mi corazón se sintiera en paz, sino para estar ahí con él, con ellos, con la familia, con todos.
En ese momento se necesita contención y conexión, nunca sobran abrazos que acompañan y apaciguan la pérdida. Es curioso como cada quien vive su duelo, algunos tratan de mantenerse unidos hasta el último momento con la persona que se ha ido, con alabanzas, fotos, una medalla, cualquier objeto.
Mientras arrojan tierra sobre la caja pienso que ya nada importa, con suerte dejó una huella que lo volvió inolvidable. Será que cuando nada importe habré dejado una huella que me volvió inolvidable.
No lo sé, pero por ahora hay que regresar a vivir.
AF